La conducta social en tiempos de pandemia

La conducta social en tiempos de pandemia

Por María Edith Baca Cabrejos
Psicóloga salubrista. Consultora en salud pública

El Covid-19 como pandemia inédita a nivel mundial ha pescado a toda la humanidad desprevenida. A un grupo lo agarró navegando la vida desde sus enormes navíos y a otros, más invisibles, desde sus barcazas y totoritas.

En ese momento, el Perú, ubicado como país de ingresos medios, hacía alarde de su inminente ingreso a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Con la pandemia,  se constató que el crecimiento económico producido en el país “no era un milagro”. No había atendido la histórica desigualdad social, la precariedad y las condiciones infrahumanas del sistema de salud, que hoy generan un inconmensurable sufrimiento social y familiar. No es la idea aquí, referirme al histórico desinterés del Estado en reducir desigualdades.

En realidad, quisiera compartir algunas ideas que sin ser absolutas ni únicas, nos ayuden a entender primero que el ser humano es un ser social, por lo tanto, toda conducta individual es una conducta social.

Desarrollaré ideas a tres niveles. Primero, a un nivel más macro, más sociopolítico y económico, para luego pasar a un plano más individual y colectivo. Seguidamente, procuraré explicar la conducta cuando las personas somos interpeladas por la amenaza de la muerte o por el hambre, que al final es muerte también. Finalmente, ensayaré algunas rutas para afirmar la vida con la vida misma, para salir de esta adversidad transformándola en una oportunidad para el cambio que todos nos merecemos para salvarnos juntos y salvar al planeta de nuestras propias garras.

LA DESCOMPOSICIÓN SOCIAL Y LA LEY DEL TODO VALE

El modelo socioeconómico, del cual formamos parte, produce riqueza generando desigualdades diversas, aumentando la vulnerabilidad social, el sufrimiento psíquico y promoviendo el individualismo sin solidaridad. Se rige por leyes del mercado que, en nuestro contexto, se sintetizan en conductas como “vale todo” y “normal nomás”, como permiso para la ruptura de la norma: la anomia. Cuando la norma, que permite la regulación social, la estructuración de la identidad, la anticipación y predicción de la conducta no existe, es porque ha perdido el sentido o entrado en desuso; engendrando descomposición social. El COVID-19 nos sorprendió en ese estado y con condiciones infrahumanas del sistema de salud, sumadas a la precariedad del trabajo con más del 70 % de informalidad y cruentos niveles de desigualdad.

Lo cierto es que la anomia no permite edificar identidad colectiva cuyo resultado es la solidaridad y la cohesión social. Además, es detonadora de diversos tipos y niveles de violencia, desde la violencia de género hasta la violencia delincuencial y la corrupción.

SI YO ME IMPORTO…TÚ ME IMPORTAS…. NOS IMPORTAMOS

Bien, ensayo con las analogías. El esqueleto es al cuerpo como la identidad es al psiquismo. Si le quitamos el esqueleto al cuerpo este se cae. Sin identidad el psiquismo no existiría. La estructura de la identidad es la que define nuestro psiquismo. El nudo crítico es el estado de esa identidad. El resultado más visible del estado de la identidad es la frágil autoestima. Una identidad vigorosa, nos dará la certeza de saber quiénes somos, cuánto valemos, que queremos y hacia dónde queremos ir. Si yo tengo claridad de eso, voy a reconocer a otros diferentes que a la vez existen como yo. Esto significa que si yo me importo, el otro también me va a importar, en caso no haya crecido siendo egoísta. Preguntémonos entonces, cuántos de nosotros nos importamos a nosotros mismos. Cuántos tenemos una identidad suficientemente fuerte para sentir quiénes somos, cuánto valemos y por lo tanto, sentir que los otros también valen. Luego, cómo pedirle a grandes grupos humanos que los otros les importen, si no hay capacidad desarrollada para importarse a sí mismos.

Y cómo se construye entonces una identidad vigorosa a nivel individual. Va otra analogía. El alimento es al cuerpo como el afecto y los límites es a la identidad. El afecto es la mejor nutriente del psiquismo y los límites nos ayudan a delimitar la conducta, sin violencia; nos ayuda al control de impulsos, a la tolerancia a un umbral de frustración para enfrentar luego las adversidades; nos ayudan a marcar la cancha para no desbordarnos, nos ayuda en el proceso de diferenciación para el reconocimiento de los otros, partiendo de la propia individuación. Sin afecto, sin límites parentales y con modelos de crianza estereotipada, basada en el ejercicio violento del poder de uno sobre el otro, no costará mucho predecir el estado de la identidad a nivel individual y colectivo.

Con estas condiciones, no hay estructuras de identidad que puedan soportar tanta presión social por tan largo tiempo, tanto miedo, incertidumbre, duelo y dolor acumulado por las infinitas desigualdades y vulnerabilidades sociales. Y ¿cómo se fortalece la identidad colectiva?, con políticas de protección social sostenidas y tejido social, cuyo mensaje social es “tú me importas, por eso te cuido”. Y si éste “tú me importas”,  socialmente no ocurre, cómo podemos esperar que las familias en medio de tantas carencias puedan criar con lazos afectivos fuertes y límites claros a sus hijos e hijas?

Para cerrar esta idea, cuando veamos personas que actúan como que si nada les importara o que efectivamente nada les importa, hay que preguntarse también, cuánta importancia estas personas han recibido en la vida familiar, comunitaria y social. ¿Cuánta importancia reciben antes y ahora del Estado? De esta manera,  el “yo me importo” y “tú me importas” son construcciones sociales en las cuales todas las personas hemos jugado y seguimos jugando algún rol por exceso, por omisión, negación, opresión, estigma o indiferencia.

Para salir de esta pandemia con el objetivo de “la salud nos une”, necesitamos “importarnos recíprocamente”. No se le puede pedir al ciudadano que se cuide, si sufre un Estado que no lo cuida. Cómo pedirles a los ciudadanos que no sean cómplices con un Estado históricamente cómplice de las desigualdades.

MIEDO, INCERTIDUMBRE, CULPA Y NEGACIÓN

Esta pandemia ha despertado emociones e impulsos muy  primarios y eso es normal cuando la muerte interpela la vida. Sentir miedo, incertidumbre, culpa o negación del riesgo y de la muerte es tan normal como sentir hambre. Estas emociones no nos convierten en personas con trastornos psicopatológicos. Más bien, al que no lo siente habría que preguntarse, qué está pasando con aquellas personas que reaccionan como si estuviesen anestesiadas, sin poner etiquetas, se trata de buscar entender. Lo normal es que frente a la amenaza de muerte, se busque instintivamente reafirmar la vida, aunque esta reafirmación de la vida implique colocarse en situación de riesgo propio y colectivo o negar la realidad.

Cuando sucede un desastre natural, sabemos que pasará y hemos aprendido individual y socialmente a responder a estos y también a protegernos mejor. Sabemos que el miedo, la incertidumbre y los distintos niveles de culpa y negación se van disolviendo según donde cada persona esté situada en lo personal, familiar y social. La OMS (2000-2011) en sus distintos instrumentos de análisis y propuestas para atender las emergencias y desastres señalaba desde hace un par de décadas que solo entre un 10 % al 20 % de estas emociones no se consiguen superar, necesitando ayuda especializada.

Sin embargo, en este contexto de pandemia inédita que nadie sabe cuándo y cómo acabará, el miedo, la incertidumbre, la culpa y la negación se están instalando como parte de la vida cotidiana de manera más estructural y todo parece indicar que estamos ya en medio de una pandemia de problemas y trastornos de la salud mental, producto del sufrimiento psíquico expandido y prolongado. Evitar su impacto en la salud física y mental constituye una gran tarea nacional que nos atañe a todos y todas, desde el lugar donde estemos situados. Este esfuerzo demanda de respuestas estructurales sociales, políticas y económicas. Sin salud mental no hay desarrollo.

Regresando a las emociones, el miedo es un mecanismo de protección que nos alerta del peligro, pero el miedo también lleva en sí mismo su contrario. Por miedo nos colocamos en situación de riesgo personal y colectivo. La incertidumbre, culpa y negación son emociones que aparecen luego de sentir el peligro al que estamos expuestos. Estas emociones primarias exacerban el umbral de la ansiedad. La ansiedad es fuente de vida que nos permite todos los días pararnos de la cama para seguir nuestros planes diarios, perseguir sueños, desafíos y buscar el disfrute y el bienestar. No obstante, cuando este umbral crece desmedidamente se convierte en una fuente de riesgo y muerte.

De esta manera, la ansiedad desmedida producida por el miedo, la incertidumbre, la culpa y la negación se instala en la conducta principalmente de tres maneras, las cuales pueden presentarse combinadas, dependiendo del momento y el espacio de cada quien. No es el propósito encasillar el entramado complejo y multidimensional de la conducta humana, pero estamos intentando explicar las principales ansiedades que se activan en contextos de crisis, emergencias y pandemias, aquellas que no logramos comprender del todo.

Partimos de la premisa de cada persona es un ser social, donde la necesidad de afirmar la vida frente a la amenaza de muerte, siempre estará presente, aunque las formas de afirmarla sean paradojales. La vida y la muerte son dos contrarios en lucha permanente en la conducta humana.

LA CONDUCTA ANSIOSA REPARATORIA

La conducta reparatoria es la más fácil de identificar, pero que también muy rápidamente se puede desdibujar frente al crecimiento del umbral de la ansiedad. Esta conducta la tienen todas las personas que están en primera línea, las que toman decisiones, atienden y cuidan a las personas con Covid-19. Está presente también, en personas con mayores condiciones de vulnerabilidad, en los bomberos y voluntarios, en los trabajadores que se encargan de los servicios alimentarios, limpieza, transporte, orden público o defensa nacional. Todas las personas que desde nuestros vecindarios no solo aplaudimos, sino también somos solidarios con quienes pasan apuros. En resumen, la conducta reparatoria es propia de todas las personas que crecieron con afecto y pueden ser empáticas, solidarias; que quieren ayudar, que dan recetas y recomendaciones de buena fe. Esta conducta en realidad es la más predominante en todos los países, pero los medios de comunicación no las hacen sonar mucho y por eso solemos percibir lo contrario. Nos cuesta reconocer y valorar nuestras partes buenas. La tarea es que esta conducta se impregne y generalice en la mayor parte de la población y sea lo más visible posible. Si yo tengo conductas reparatorias significa que he desarrollado la capacidad de repararme a mí misma también. Su visibilidad sube la moral grupal, inyecta ganas de recuperar el sentido de la vida, el sentido de pertenencia, de ser solidario y de luchar juntos. Necesitamos una estrategia comunicacional para destacar la conducta reparatoria de la población peruana. Necesitamos conocer y visibilizar más y mejor nuestras partes buenas. Cuanto tiempo y espacio les dan los medios de comunicación a difundir nuestra riqueza, nuestra siembra, nuestra creatividad e innovación; y cuánto tiempo y espacio se le da a vender las partes malas de un sector minoritario de la población.

De otro lado, la conducta ansiosa reparatoria también necesita ser acompañada. Esta puede elevarse a tal punto, que puede colocar a las personas que actúan reparatoriamente, también en situación de riesgo. El apelar al cuidado mutuo ayuda en esta autoregulación de la conducta reparatoria.

LA CONDUCTA ANSIOSA DEPRESIVA O INTRA PUNITIVA

Esta conducta es más frecuente en personas que por sus libretos familiares,  son pesimistas, con poca fe en la esperanza. Es más común en personas que viniendo de problemas y duelos anteriores se le suman otros como el contagio, la pérdida de empleo, vivienda, estudios, acceso a la atención a otros problemas de salud, así como la pérdida de personas muy significativas, o la reedición o intensificación de situaciones de violencia, es decir, vivencias  dolorosas acumuladas, agravando su situación de duelo. Estas personas con duelos acumulados y consecutivos van perdiendo las ganas, el sentido de la vida y se van colocando en situación de riesgo consciente o inconscientemente. La tarea aquí es el cuidado mutuo para que la persona no se sienta sola. La persona en condiciones de duelo o violencia necesita ser acompañada, respetando su silencio, su llanto, su impotencia, su enojo y sus decisiones. También se debe procurar que la persona se alimente, no interesa que se trate de un alimento nutritivo, lo importante es saber que al ingerir alimento está ingiriendo vida y va haciendo una ruta para pelear por su vida. Igualmente, requiere ayuda para resolver sus necesidades prácticas, sin quitarle la potencialidad de autovalía y menos aún su autonomía.

Dado que esta pandemia está y seguirá sumando duelos a la familia, a la comunidad, al país y al mundo, las personas con ansiedad depresiva están aumentando muy rápido sin ser suficientemente visibilizadas, acompañadas y cuidadas integralmente. Este grupo al ser cuidado debidamente puede pasar a integrar el grupo reparatorio como parte de su proceso de recuperación. El mensaje es: me recupero, reparando. En caso de no recibir la ayuda que necesitan, engrosarán la carga de enfermedad, que en el caso de trastornos mentales y neurológicos, según el Ministerio de Salud (2016), ocupa en el país el primer lugar de la carga, desde hace varias décadas y solo recibe el 1.9% del presupuesto de salud. A esta carga hay que añadir el impacto en la salud física, cuando la salud mental se ve afectada.

LA CONDUCTA ANSIOSA PERSECUTORIA O EXTRA PUNITIVA

Aunque parezca increíble esta conducta es la menos predominante, pero es la más ruidosa y la más variopinta, y la que más lucen los medios de comunicación. Está cargada de sesgos, mitos, discriminación y estigma en su interpretación. El grupo de personas con ansiedad persecutoria a su vez tienen varios tipos de expresión conductual, las cuales intentaremos graficar sin pretensión de que queden todas incluidas.

Una expresión de la conducta persecutoria se caracteriza por la crítica constante.  La crítica se convierte en la mejor arma de defensa para aliviar, negar o huir del miedo, la incertidumbre o la culpa. “Todos actúan mal” es el pensamiento colectivo, desde el gobierno, la población, las instituciones y el personal de primera línea. Se trata de un fuego cruzado de todos contra todos, por eso se define como persecutoria. La conducta emergente en este grupo es que se buscan culpables y chivos expiatorios fuera de uno.   Esta conducta bastante generalizada, se puede presentar combinada con la conducta reparatoria. Se caracteriza porque todos hablan a la vez. Todos cuestionan o gritan, pero nadie escucha. La confusión nos gobierna como en la “Torre de Babel”. En este marco de Torre de Babel no es posible que las personas logren dialogar consigo mismas para cambiar el impulso por el pensamiento.

Otra conducta con ansiedad persecutoria es el miedo al hambre. La necesidad de sobrevivir es más fuerte que el miedo a la pandemia, porque existe huella de esto. Los libretos de historias pasadas y actuales de hambre se activan. Viven una persecución interna y otra externa que los censura. Las personas que lo padecen suelen vivir en espacios reducidos donde la sensación de ahogo es cotidiana e intensa y el conflicto familiar latente.  El enfrentamiento al miedo forma parte de sus libretos familiares e intentan actuar como si no lo sintieran para sufrir menos y protegerse del miedo al contagio, del miedo a la muerte. Estos dos miedos sumados despliegan mucha adrenalina. Se afirma la vida, luchando contra el hambre, aún a costa de ponerla en riesgo.

Otra variante de ansiedad persecutoria se observa en aquellas personas que crecieron sintiendo que no le importan a nadie y, por lo tanto, no han aprendido ni el autocuidado ni el cuidado mutuo; pero, además, les interesa demostrar que a ellos tampoco les importa nadie. Esta conducta formada en libretos familiares de desafecto y abandono social se expresa con la pérdida aparente del miedo. El miedo se transforma en mecanismos de defensa diversos. Esta pérdida del miedo permite la transgresión de la conducta, colocándose la persona en situación de riesgo como forma de vida. Estas personas no se formaron solas, son un resultado social. Son expresión de nuestra descomposición y la desprotección social. En este estado de anomia, solemos buscar chivos expiatorios para limpiarnos de culpa. Los adolescentes y jóvenes son un caso exitoso de chivos expiatorios. Mínimamente, ahora son identificados como cómplices. Su invisibilidad es tan grande e histórica que ni siquiera haciendo grandes llamadas de atención consiguen ser escuchados e incluidos. No hay conciencia suficiente que ellos serán nuestro próximos gobernantes. Si no reciben protección social ahora cómo pedirles que den protección social mañana.

Le sigue otro grupo que siente, cree y practica que “a río revuelto ganancia de pescadores”. Este grupo ya forma parte histórica de un tejido organizacional o institucional dañado, que lucra del dolor, se enriquece con el miedo y la incertidumbre. La rendición de cuentas es la mejor respuesta reparatoria socialmente.

Luego, está la conducta negacionista con fines ideológicos que apelan a la negación de la pandemia como estrategia de poder, se construyen apostando a la supremacía. También se aúna la conducta conspirativa que parte de la premisa que la pandemia ha sido sembrada intencionalmente con una diversidad de objetivos. Ambas persiguen la libertad, cuando en realidad están encadenados a la negación.

A estas conductas se suma la que persigue la acumulación de la riqueza, privilegiando desmedidamente el dinero sobre la salud y la vida. Esta conducta afirma la vida persiguiendo la riqueza en sus distintas formas de expresión, aun sabiendo que al morir no se llevarán nada. Dado el lugar que ocupan, la omnipotencia también le añade mayor fuerza. Y, paralelamente, desde otra acera, surge otra forma de ansiedad colectiva, que teniendo una raíz reparatoria, apela a la conciencia social de las desigualdades. Se afirma la vida combatiendo la injusticia social, colocándose también en situación de riesgo.

En resumen, este tipo de conductas es variopinta, de acuerdo a la estructura de las personas, sus familias y al lugar donde están. Sin embargo, hay otras conductas que hacen sublevar a las emociones. Se trata de las conductas asintomáticas.

LA CONDUCTA ASINTOMÁTICA

También la conducta asintomática forma parte de la respuesta frente a la pandemia. Las personas  contagiadas que son asintomáticas, actúan también de manera asintomática. No les preocupa el contagio, sea porque ya lo pasaron o porque sienten que no les pasará o porque desde su percepción individualista de la vida, o del lugar que ocupan, no les preocupa. Esta conducta actúa de manera evasiva, indiferente. Vivir de manera anestesiada es también un mecanismo de defensa para afirmar la vida y negar el peligro.

Es posible encontrar más tipos de ansiedades. Empero, la ansiedad persecutoria puede ir siendo desactivada en las personas, con decisiones inteligentes que no produzcan su distanciamiento, sino más bien su acercamiento e inclusión en acciones reparatorias y solidarias; más allá de la rendición de cuentas de quienes cometan delitos en este contexto pandémico. Sin embargo, esta conducta requiere de mayor indagación porque es en este contexto pandémico que está destacando significativamente.

HACIENDO CAMINO AL ANDAR… AL RITMO DE LA PANDEMIA

Este transitar, no pasa por adaptarse a la nueva “normalidad”, pasa por interpelarla, trascenderla, transformarla, convirtiéndola en una nueva oportunidad para resocializarnos en lo individual y colectivo. Se trata de cambiar la “normalidad” social, comunitaria, familiar e individualmente construida, reparando el tejido social descompuesto. Eso significa apostar por nuevas normas de conducta social para combatir la anomia y embarcarse genuinamente en nuevos desafíos sociopolíticos y económicos que no amenacen el bienestar, la vida, los derechos, la igualdad y al planeta mismo.

  • Empoderar a nivel individual y colectivo

Necesitamos de políticas públicas que ayuden a vigorizar la identidad individual y colectiva, que permita generar en las personas recursos propios, concretar planes y sueños, afirmar el sentido de pertenencia y mejorar la cohesión social.  Esta tarea es responsabilidad del Estado y de todas las personas que nos sintamos empoderadas. El empoderamiento permite un diálogo entre iguales y el sentido de pertenencia. Se afirma en el “Yo me importo… Tú me importas…  Nos importamos”. Sin políticas de protección social no es posible concretar el “Yo me importo” y el “Tú me importas”.

El empoderamiento individual y colectivo construye capital social, repara el tejido comunitario e institucional dañado. Solo un tejido fuerte nos permitirá resistir y sentir que “la salud nos une”, que ésta es una lucha de todos para todos y en todas partes.

Aunque tarde, el Ministerio de Salud comenzó a “deshospitalizar” el COVID-19, colocando mayores esfuerzos en el primer nivel de atención, aún con las dificultades de recursos humanos existentes. Lo estratégico de este viraje hacia la comunidad es que abre la puerta a la reconstrucción de un tejido comunitario que incrementa la respuesta reparatoria y convierte a la comunidad en protagonista de una lucha conjunta nacional contra la pandemia. Ojo, dije lucha, no dije guerra. La lucha cohesiona, la guerra divide en bandos que necesitan armas. La lucha apela a desplegar nuestros mejores recursos propios.

Esta decisión, de sostenerse como política de Estado, producirá mucho impacto a mediano y largo plazo. El empoderamiento comunitario disminuye el nivel de descomposición social, recupera el sentido de la norma, el sentido de pertenencia y cohesión social. En resumen, ayuda a sembrar el “Yo me importo, Tú me importas, Nos importamos”.

  • Acceso y cobertura universal a la salud y a la educación con calidad son las mejores barreras para cualquier pandemia

El desarrollo de un país se mide por su acceso y cobertura universal a la salud y educación de calidad, su acceso a la luz, agua y alcantarillado, a una vivienda segura; no en particular por su PBI. Este indicador macroeconómico ha estado sirviendo más para la foto, para tener un lugar en la vitrina mundial y en la inversión. El costo de esta forma de gobernar solo a partir de indicadores macro durante décadas lo estamos pagando muy caro ahora. No es momento de pasar facturas. Es momento de superar la idea que la plata vale más que la vida misma. Se trata de afirmar la vida con la vida misma.

  • Trabajo decente como factor de protección

El trabajo informal ha sido una estrategia nacional de sobrevivencia antigua frente a políticas precarias de empleabilidad. Nuestra población siendo más de un 70% informal ha sido muy creativa para inventarse formas de proveerse medios para la vida, frente a la falta de políticas de empleabilidad y protección social. Este más del 70% de la población aprendió a salvarse sola sin ayuda del Estado, ahora se le exige que ayude a salvar al país, que no sea cómplice de la muerte por el Covid-19. Una parte de este grupo está haciendo precisamente lo que desde el Estado aprendió, es decir a salvarse como puede, aunque en su intento se le vaya la vida. Al resultado, de un modelo que produce desigualdad hay que añadir el otro constructo social: “se tu propio jefe”, “se emprendedor”. Los resultados personales no son malos, por el contrario construyen autonomía individual e innovación, pero el pequeño gran detalle es que forja ciudadanos individualistas, centrados en sí mismos, con poco desarrollo empático por los otros.

  • Una reactivación económica que reduzca la informalidad y la precariedad laboral

El manejo económico solo a partir de indicadores macro nos ha conducido a donde estamos. El país, claro que necesita reactivarse económicamente, pero trascendiendo los indicadores macro. Una economía que no le interesa la gente, es una expresión clara que solo apuesta a la acumulación para distribuirla entre pocos. El país necesita que el sector economía, NO sea cómplice, que su instancia de control de la calidad de gasto no humille a los equipos técnicos de los sectores como si estuvieran pidiendo limosna. Ese  equipo necesita aprender que primero son las necesidades de la gente, que los detalles administrativos expresan, además de indolencia, gran desconocimiento técnico y social. Dando el ejemplo, se convertirá en un factor de cambio en toda la cadena productiva y social. Pueden aportar mucho a incrementar la conducta reparatoria.

  • Salvar el planeta para no exterminarnos

El planeta es la gran casa de la humanidad, protegida con una prodigiosa flora y fauna que nos permite perdurar disfrutándola, si guardamos el equilibrio. Si seguimos atacando al planeta, el planeta nos devolverá el atentado, hasta con visos de exterminio. La aparición de las pandemias es un indicador de que no estamos respetando este equilibrio.

Aaron Antonovsky (1989), decía “la salud se crea allí donde la gente vive, crece, juega, trabaja y ama”, es decir en su comunidad. Al Estado es a quién le corresponde asegurar estas condiciones y a las comunidades el cuidado mutuo comunitario.

A manera de síntesis, necesitamos trascender los mensajes contradictorios que restan. Se apela a “la salud nos une”, a la vez si no lo aceptas “eres cómplice”. “Y cuando producimos riqueza cada quien baila con su pañuelo”.  Palabras sabias de un salubrista.

En un momento, en que ni siquiera hay un tratamiento para el Covid-19, no es posible dar recetas, pero si queremos intentar hacer realidad el llamado nacional “la salud nos une”, necesitamos aumentar desde distintos frentes la conducta reparatoria. Desde el Estado en sus distintos niveles de gobierno, desde la sociedad civil y desde las organizaciones y redes comunitarias que forman parte de nuestra riqueza en un país multidiverso. Se trata entonces, de afirmar la vida con la vida misma a nivel social, comunitario e individual.

(Equipo revisor: Alicia Castro, Celeste Cambría, Eugenio Villar, Milka Dinev, Percy Cole, Yuri Cutipé y Sonia Tavares)

María Edith Baca Cabrejos
María Edith Baca Cabrejos

Licenciada en Psicología en la UPRP. Especialización en Psicología Clínica en la Universidad Humboldt, Berlín, Alemania. Maestría en Salud Pública en la UPCH.

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